HOLA LECTOR Y LECTORA:
Este blog gira en torno a temas de Psicología, muy especialmente sobre la Psicoterapia Gestalt. También habla de mi trabajo, en referencia a ella.
Si quieres conocer más detalles al respecto, qué hago, cómo lo hago, con quién, ponerte en contacto conmigo etc. En la barra lateral encontrás toda esta información y más. Si lo que quieres es, incluir tus comentarios, ideas, propuestas, etc. sobre los temas que abordaré, estaré encantada de recibirlos.

Un cuento o historia cada mes 2011

CUENTO JULIO
CARICIAS ESENCIALES (Escrito por Roberto Subinyas Liki)
      Entender como cariños calientes las veces que nos sentimos "tocados" por personas que nos dan su afecto, su reconocimiento, su aprecio, su cariño ..... de forma sincera.
Las espinas frías son aquellas palabras que parecen "caricias", pero son ironías, hipocresías, hábitos, .... no están dichas con corazón
Había una vez, hace mucho tiempo, un matrimonio feliz, Antonio y María, con dos hijos llamados Juan y Lucía. Para entender su felicidad hemos de retroceder a aquel tiempo.
Cuando nacía cada persona, recibía una bolsa de cariños. Siempre que alguien ponía la mano en la bolsa podía sacar un Cariño Caliente. Los Cariños Calientes hacían que las personas se sintieran cálidas y cercanas, llenas de cariño. Quienes no recibían Cariños Calientes, se exponían al peligro de atrapar una enfermedad en la espalda, que les hacía perder color y morir.
         Era fácil recibir Cariños Calientes. Siempre que alguien los quería le bastaba pedirlos. Al colocar la mano en la bolsa surgía un Cariño del tamaño del puño de un niño. Cuando salía a la luz, el Cariño se expandía y se transformaba en un gran Cariño Caliente que podía colocarse en el hombro, en la cabeza, en el cuello de la persona. El Cariño se mezclaba con la piel y esa persona se sentía totalmente bien.
         Las personas vivían pidiéndose Cariños Calientes unas a las otras y nunca había problemas para conseguirlos, pues se daban gratis. Por eso, todos eran felices y estaban llenos de Cariños la mayor parte del tiempo.
         Un día, una bruja mala se enfadó porque las personas, siendo felices, no compraban las pomadas e ungüentos que ella vendía. Como era una experta, la bruja inventó un plan muy malvado y cierta mañana lo puso en acción: se aproximó a Antonio cuando María jugaba con la hija y le cuchicheó al oído: “Mira Antonio, ¿ves los Cariños que María le está dando a Lucía? Si ella continúa así va a consumir todos los Cariños y no le sobrará ninguno para ti”.
Antonio se admiró del razonamiento y le preguntó:
         * “¿Quieres decir entonces que no siempre hay Cariños Calientes en la bolsa?”.
La bruja respondió: 
        * “Se pueden acabar y tú no recibirás más”.
Dicho esto, salió volando en su escoba a toda velocidad.
Antonio quedó preocupado y comenzó a reparar en cada vez que María le daba un Cariño Caliente a otra persona, pues temía perderlos. Empezó a quejarse de María, de quien gustaba mucho, y comenzó a negar Cariños a los otros, reservándoselos solamente para ella.
         Sus hijos lo percibieron y comenzaron también ellos a economizar cariños, porque entendían que era errado darlos. Todos se fueron volviendo cada vez más mezquinos.
         La costumbre se extendió en el lugar y todos los habitantes comenzaron a sentirse menos cálidos y más desamparados.  Algunos llegaron a morir por falta de Cariños Calientes. Cada vez más gente iba a ver a la bruja para adquirir pomada e ungüentos. Pero ésta no quería realmente que las personas se murieran; si eso ocurría dejarían de compara sus productos; así que inventó otro plan.
        Todos recibían una bolsita, muy parecida a la de los Cariños, que contenía Espinas Frías. La Espinas Frías hacían a las personas sentirse más frías y agudas, pero evitaba que empalidecieran.
De ahí en adelante, siempre que alguien decía:
       * “yo quiero un Cariño Caliente”
Aquellos que tenían miedo de perder un intercambio respondían:
      *“No te puedo dar un Cariño Caliente, pero si quieres puedo darte una Espina Fría”.

La situación se complicó mucho porque, desde la llegada de la bruja, los Cariños Calientes escaseaban cada vez más y se cotizaban muy alto. Esto hizo que la gente intentara de todo para conseguirlos.
Antes de que esto ocurriera, las personas acostumbraban a reunirse en grupos de tres, cuatro cinco, sin preocuparse por quién estaba dando cariño a quién. Después, comenzaron a juntarse por pares y a reservar todos sus Cariños Calientes exclusivamente para el compañero. Cuando se olvidaban y daban un Cariño Caliente a otra persona, sentían culpa. Quienes no conseguían encontrar compañeros generosos necesitaban trabajar mucho para obtener el dinero que les permitieran comprarlos.
         Otras personas se hacían las simpáticas y recibían muchos Cariños Calientes sin tener que retribuirlos. Entonces los vendían a quienes precisaban de ellos para sobrevivir. Otros adquirían las Espinas Frías, que eran ilimitadas y gratis. Las cubrían con una capa blanquita y caldeada y las hacían pasar por Cariños Calientes. Eran en verdad Cariños falsos, de plástico, que causaban nuevas dificultades. Por ejemplo, dos personas se juntaban y cambiaban entre sí, libremente, sus Cariños plásticos. Durante algunos instantes, se sentían bien, pero luego se sentían mal. Además, como pensaban que estaban intercambiando cariños Calientes, se confundía.
         La situación, por lo tanto, se agravó mucho.

         Hace relativamente poco tiempo, una mujer especial llegó al lugar, Ella nunca había oído hablar de la bruja ni le preocupaba que los Cariños Calientes se acabaran. Ella los daba gratis aun cuando no se los pedían. La gente del lugar desaprobaba su actitud porque esa mujer fomentaba en los niños la idea de que no se debían preocupar porque los Cariños Calientes se terminaran; y la llamaban “una Persona Especial”.
         Los niños gustaban mucho de esta Persona Especial, se sentían bien en su presencia. Comenzaron a darle Cariños Calientes siempre que se les antojaba.
         Los adultos quedaron muy preocupados y decidieron imponer una ley para proteger a los niños del desperdicio de sus Cariños Calientes. Hasta había ya una ley que consideraba un crimen distribuir Cariños Calientes sin un permiso especial.
         Muchos niños a pesar de la ley, continuaron intercambiando cariños Calientes siempre que lo deseaban o alguien se los pedía. Como existían muchos niños parecía que éstos seguían su camino.
         Todavía no sabemos cómo terminará esta historia. ¿Forzarán las fuerzas de la ley y del orden a los niños a detener su imprudencia? ¿Se unirán los adultos a la Persona Especial y a los niños, y entenderán que siempre habrá Cariños Calientes, tantos como sean necesarios? ¿Se acordarán de los días en que los Cariños Calientes eran inagotables porque se distribuían libremente?
  •   ¿De cuál de los dos lados estás tú?
  • ¿Qué piensas de esto?


CUENTO AGOSTO


Un nudo de amor


Este cuento me llegó por correo hace mucho tiempo. No sé quien lo escribió, pero a quien lo hizo le doy las gracias; me permitió ser más tolerante con este mundo tan complicado y difícil que es el de ser papa y mama, educador/a. Dedicado a todos/as los/as papas y mamás con quienes trabajo, espero que os guste
 En una junta de padres de familia de cierta escuela, la directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres y madres de aquella comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños.
      Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana, que cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo y que cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto. Explicó, además que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia, el hacía un nudo en la punta de la sábana que lo cubría. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo.
Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos. La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre era uno de los mejores alumnos de la escuela.
El hecho nos hace reflexionar acerca de las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse entre sí.  Aquel padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo.
Algunas veces nos preocupamos tanto por la forma de decir las cosas que nos olvidamos de lo principal, que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana significaban, para aquel hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.
Es válido que nos preocupemos por las personas, pero es más importante que ellas lo sepan, que puedan sentirlo.
Para que exista la comunicación, es necesario que las personas "escuchen" el lenguaje de nuestro corazón, pues, en materia de afecto, los sentimientos siempre hablan más alto que las palabras. Es por ese motivo que un beso, revestido del más puro afecto, cura el dolor de cabeza, el raspón en la rodilla, el miedo a la oscuridad.
Las personas tal vez no entiendan el significado de muchas palabras, pero saben registrar un gesto de amor. Aunque ese gesto sea solamente un nudo.
        
 

CUENTO SEPTIEMBRE

EL SECRETO DE MAMÁ
Escrito por Mª Antonia Sala, Psicoterapeuta Gestal en Sagunto
Dedicado a todas las mamás por vuestro amor y entrega
    
            Cuando era pequeña me preguntaba qué tenían las tortas de manzana de mamá que tanto nos gustaban a mis hermanos y a mí y de las que no dejábamos ni las migas. Me preguntaba que secreto guardaban en su interior las tortas de mamá para estar tan ricas. Me lo preguntaba cada vez que, desde el horno, llegaba hasta mi nariz ese olor dulzón a azúcar quemada y a manzanas . Mi boca se llenaba con ese olor y tragaba la saliva lentamente, relamiéndome los labios.
           Solíamos burlarnos de mamá y de sus tortas de manzana porque nunca le salían igual y siempre tenían un aspecto poco apetecible. Pero cuando nos metíamos  el primer bocado en la boca ya no podíamos parar. La torta desaparecía en un santiamén. Entonces mojábamos con un poco de saliva el dedo corazón y recogíamos las miguitas que aún quedaban en el molde.
Mis hermanos y yo hacíamos apuestas mientras la torta estaba en el horno. Apostábamos acerca de como quedaría la masa, si delgada y crujiente, o gorda y esponjosa. Otras veces le tocaba al azúcar, que si tendría poca azúcar, o por el contrario mamá había sido generosa con ella y el exceso de azúcar se convertía en caramelo crujiente apegado a la masa. Cuando salía así, con caramelo, era cuando  más me gustaba. El caramelo crujía cuando lo mordía y, a veces, lo lamía y lo lamía con la punta de la lengua antes de morder.
           La forma que tendría la torta era otro motivo para apostar. Igual tenía  forma redondeada, ovalada, cuadrada, alargada. A mamá, nunca, nunca, le salían dos tortas iguales. Gracias a ello les gané muchos cromos a mis hermanos.
            Nosotros sabíamos cuando mamá haría torta de manzana. Cuando papá llegaba a casa, por la noche, con la cesta de mimbre grande, sabíamos que venía de la finca de naranjos de los señores. Los señores solían regalarle a menudo, azúcar, harina, aceite y cerveza. Papá bebía un poco de cerveza en la cena y el resto se lo daba a mamá. Al día siguiente ella hacía una torta de manzana.
            A mi hermana Rosa y a mí nos gustaba observar a mamá en la cocina mientras preparaba la torta, ella siempre se aseguraba de que no viéramos la forma que le daba a la masa ni el azúcar que le ponía. Nos sentábamos en la mesa de madera y allí estábamos, calladas y quietas, mientras la mirábamos a ella, intentando averiguar cual era el secreto de mamá y de sus tortas. Siempre las hacía de la misma manera. Echaba unos cuantos troncos menudos de naranjo al horno y los dejaba quemar poco a poco. De vez en cuando se inclinaba para mirar el tiro y asegurarse de que los troncos se quemaran despacio.
             Después, cogía de la alacena un recipiente hondo de porcelana blanca que ya estaba viejo y con los bordes algo rotos. Vertía en él un vaso de aceite y otro de cerveza, luego, mientras removía sin parar con una espátula de madera, iba echando la harina hasta que ésta llegaba a la altura de las flores diminutas de color violeta que formaban la cenefa de arriba del recipiente blanco de porcelana. Luego sacaba la masa del recipiente y seguía trabajándola con sus manos.
Mientras hacia todo esto, mi madre tarareaba una canción de cuna que siempre nos cantaba cuando éramos pequeños. De vez en cuando soplaba con fuerza para apartarse de la frente un mechón de pelo, negro y ensortijado. Después suspiraba y se alisaba el delantal. Cuando la masa estaba bien ligada la dejaba sobre el banco de piedra y la cubría con un paño de hilo blanco. Iba entonces al frutero y escogía unas cuantas manzanas rojas, las olía, las sopesaba y sonreía. Sonreía de la misma manera en que lo hacía cuando papá la abrazaba, mordiéndose el labio inferior. Era entonces cuando pelaba las manzanas, lo hacía con tanta gracia que lograba sacar la mondadura sin romperla.
            Mondaduras que mis hermanos y yo llevábamos a los cerdos, no sin antes jugar un rato con ellas para ver a quién de nosotros se les rompía primero. Cortaba las manzanas en trozos pequeños y finos que iba dejando en un plato de porcelana blanca ya agrietado.
Mi hermana Rosa y yo esperábamos impacientes  el momento en el que mamá untaba el molde con manteca de cerdo  y ponía la masa en él, extendiéndola con sus palmas, humedecidas con un poco de aceite. La extendía despacio, con movimientos suaves y precisos. Hacía esto con los ojos cerrados, tarareando una nana y balanceando su cuerpo como si arrullase a un niño con él. Rosa y yo sentíamos mucha curiosidad por saber que pensaba mamá en esos momentos, resultaba tan extraña y tan bonita tarareando la nana y bailando con su cuerpo. Cuando le preguntábamos, nos contestaba que ese era un secreto de las mujeres que descubren cuando aman a un hombre y cuando son madres. A nosotras nos parecía que faltaba toda una eternidad para descubrir ese secreto de las mujeres. Creíamos también que ese secreto tenía que ver con las tortas de manzana.
Luego, abría los ojos y miraba como había quedado la masa en el molde, espolvoreaba por encima azúcar y harina, y por fin ponía los trozos de manzana que había cortado. Volvía a espolvorear azúcar, abría la puerta del horno y metía en él el molde. En ese momento mi hermana Rosa y yo bajábamos de la mesa de madera y corríamos a buscar a nuestros hermanos para hacer las apuestas acerca de qué forma tendría la torta. Nada más sacarla del horno le ponía un poco de canela en polvo y la dejaba enfriar encima del banco de piedra.
Un año, en invierno, mi hermana Rosa se puso muy enferma. Perdió el hambre y solo quería comer la torta de manzana de mamá. Ésta se la sentaba en las rodillas y, mientras le cantaba la canción de cuna, metía en su boca pequeños trozos de torta que mi hermana tragaba con dificultad. La última vez que mi madre hizo una torta de manzana fue la tarde en que mi hermana murió. En esa ocasión estaba yo sola sentada en la mesa de madera.  Ella hizo la torta como siempre, pero cuando puso la masa en el molde no cerró los ojos ni bailó, solo tarareo la canción de cuna. Por primera vez vi que mi madre mantenía los ojos abiertos mientras estiraba la masa en el molde y le daba forma. Sus manos se movían más despacio y lágrimas gruesas le resbalaban por la mejilla. Yo me sentía muy triste y también lloré. Hizo una tarta con forma de corazón de la que solo comió un poco mi hermana Rosa. Después de que mi madre le susurrase al oído el secreto de sus tortas mi hermana sonrío, cerró los ojos y murió en los brazos de mamá.
En esa tarde de invierno mis hermanos y yo no hicimos ninguna apuesta ni jugamos con las mondaduras de manzana. Ni siquiera se las llevamos a los cerdos. Se quedaron en el plato agrietado de porcelana blanca, sobre el banco de piedra. Mamá ya nunca más nos hizo tortas de manzana.
Años después, cuando nació mi primer hijo, descubrí lo que tenían las tortas de manzana de mamá que tanto nos gustaban y de las que no dejábamos ni las migas. Descubrí el secreto de mamá y de sus tortas. Descubrí que mamá nos hacia las tortas con el corazón además de con sus manos y en el corazón de mamá había mucho amor.

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